UNA HISTORIA DE AMOR

A MARY PEPA, mi mujer

 

Voy a contaros una historia de amor.

 

María Grever escribió la letra y la música de un bolero inmortal: Su nombre original: “Te quiero, dijiste”, más conocido por “Muñequita linda”. ¿Quién, con cierta edad, no lo ha oído, no lo ha bailado… y, al hacerlo, no se ha emocionado?:

“Te quiero, dijiste, / tomando mis manos/ entre tus manitas de blanco marfil,/…

Muñequita linda/ de cabellos de oro/ de dientes de perlas, / labios de rubí./

Sí, te quiero mucho, / mucho, mucho, mucho; / tanto como entonces, / siempre hasta morir.”

Hay dos festividades en el calendario católico que son para mí la expresión máxima de lo que es el amor puro, esto es, aquél que lo da todo por el otro, hasta la vida si necesario fuera. Esas fiestas son la Navidad y la Semana Santa; una, que es en la que estamos, porque Dios se hizo hombre por amor a los hombres, y, la otra, porque Dios murió, en su humanidad, de la forma más ignominiosa, clavado en lo alto de una cruz, también como expresión sublime del amor, para expiar mis faltas de amor, las tuyas, las de muchos como dice la Iglesia, pero yo digo, con perdón, las de todos.

Era la noche del miércoles 21 de octubre de 2020. Hora, esa que cantaba Gardel en la que el músculo duerme y la ambición descansa. Apago la luz y tomo entre mis manos la de mi mujer. Cierro los ojos y siento tener entre mis manos más de cincuenta años de fructífera vida en común. ¡Gracias, Dios mío! ¡Gracias, Santo Niño! El recuerdo despliega sus poderosas alas. Me dejo llevar y entro en el mundo del sueño. Al despertar me digo: ¡Cielos, cuántas cosas he soñado!

Han pasado más de dos meses. Días difíciles. Algunos ciertamente muy difíciles. Una vez más su lección ha sido magistral. Voy a escribir algo de esta gran mujer. ¡Mmmmm! No, de ella no escribiré porque le prometí hace mucho tiempo no hacerlo para no violentar su natural recato, voy a escribir algo de quien en gran medida soy por ella:

Mirad, para mí, la virtud, el amor y la cultura tienen su morada en ella. A su lado aprendí la prudencia, esto es, a pensar con madurez, decidir con sabiduría y actuar para el bien. Aprendí el significado de la justicia no por mi condición de abogado, que también, sino en casa, a su lado, viendo y escuchando que la justicia consistía en que cada uno reciba de mi lo que le corresponde. Viéndola luchar por el bien difícil de conquistar, supe que eso era la fortaleza. Y, en fin, a su lado aprendí a moderar mis apetitos desordenados, anteponiendo la razón al deseo, sabiendo así lo que es la templanza.

Mientras esto escribo, acuden a mi mente recuerdos bellos, muy bellos de otro tiempo, sin los cuales estos no serían. Sí, ¿cómo olvidar aquel día pese a haber transcurrido más de 50 años? En la iglesia de San Ginés de Madrid, sencillamente engalanada, se celebraba una boda. No, no era la de Lope de Vega e Isabel de Urbina, ni el siglo XVI, era la de una joven pareja, anónima para la inmensa mayoría, y la segunda mitad del siglo XX. San Ginés, patrón de los notarios, dio fe de la unión. Al término de la ceremonia religiosa, el organista puso sus manos en el teclado del gran instrumento, sus fuelles impulsaron aire hacia los tubos de los que salieron las notas de la Marcha Nupcial de Mendelssohn, que alegres, iban y venían por el templo. Cuando los recién casados dejaron el atrio y pisaron la acera de la calle del Arenal, se miraron, sonrieron y se dijeron: “¡Para siempre!”.

 

Después miré al cielo y recordé aquella vieja canción del cancionero católico que dice:

 

“Y vi, Señor, en el cielo

Suspendidas de un rayo de luz

Dos palomas que alzaban el vuelo

Con sus alas en forma de cruz”.

 

Más de medio siglo avala aquel compromiso de fidelidad.

 

¡Qué Dios siga bendiciéndonos y el Santo Niño de La Guardia protegiéndonos!

 

A esa mujer de religiosidad firme y serena, a Mary Pepa, quiero dedicarle este poema de la noche oscura de mi alma.

 

NOCHE OSCURA

 

Es tan grande la aridez de mi alma

Y tanta la necesidad que de ti siente,

Que en vano busca ardientemente

En el campo erial por do camina

Alguna flor que su amor pueda ofrecerte

En la oscura noche que la envuelve.

 

¡Qué impotencia, Señor, es la que siento!

Ya lo ves, voy en busca de una flor y un cardo encuentro.

Más es tan grande, Señor, la fe que tengo

Que sé, sin dudarlo ni un momento,

Que la gloria siempre está tras el tormento.

Por eso sé también a ciencia cierta

Que antes que de mi vida temporal expire el tiempo

Podré ofrecer la flor que hoy se me niega.

 

 

UNA HISTORIA DE AMOR

A MARY PEPA, mi mujer